Hice un detox digital y no fue como esperaba - Parte 2

Empiezo mi detox digital en un tren rumbo a Estocolmo.

Seis horas de viaje en las que leo mucho, escucho música… y me aburro bastante.

Es como viajar con un niño insoportable al lado: “¿cuánto falta? ¿ya llegamos?”.

Solo que el niño es mi celular. Y lo que me susurra es: “agarrame, dale, mirame, no seas mala, un segundo… daleeeee”.

Después del gran click, llega un PUM. Miro las estadísticas: horas diarias de uso.

Y lo que más me impacta no es el tiempo, sino la cantidad de veces que lo agarro: más de 200. (Casi 300… pero prefiero ser compasiva conmigo misma).

Yo creía que iba a tener calma inmediata. Pero en realidad era pelear con mis propias manos, aguantar la respiración, sentir el zumbido de la abstinencia en la cabeza.

Esa noche, ya en casa, hago lo impensado: me voy a dormir sin mirar el celular.

En su lugar agarro el Kindle y leo hasta quedarme dormida.

El desconcierto aparece de madrugada: me despierto a las 4 AM, desvelada.

Me quedo mirando el techo, luchando contra el impulso de distraerme con el celular.

Juego con mis pensamientos hasta volver a dormir.

Pienso mucho en cómo era mi vida antes de la dependencia al smartphone.

Tengo que viajar 12 años atrás… qué hacía con mi tiempo libre? Cómo mataba el aburrimiento? Cómo iba por la vida sin chequear el clima?

Me compro una revista con 256 sudokus. Hago uno cada mañana en el desayuno.

Vuelvo a las revistas que tanto me gustaba hojear de atrás para adelante. Algunas me acompañan al baño (if you know what I mean).

Pongo el celular en blanco y negro. El truco funciona: sin color parece aburrido.

Al segundo o tercer día me siento abombada, con un dolor de cabeza como un zumbido constante.

Será el agotamiento de tener que hacer otras cosas en lugar de mirar el celu?

Tengo sueño, aunque estoy durmiendo diez horas por noche.

Estoy cansada. Creo que es la abstinencia.

Todo se mezcla: sed, hambre, sueño, tristeza.

En ese momento hubiera agarrado el celular para perderme un rato.

Pero no. Me doy cuenta de que lo desconocido no es estar sin pantalla, sino estar conectada conmigo misma y mis emociones.

Bostezo. Otro más. Debo estar ojeada. Otro bostezo. Me hago un tecito de frutilla.

Bueno, no exactamente: sigo escribiendo en una computadora conectada a internet. Pero se entiende a dónde voy, no?

Cuándo dejé de confiar en mí para buscar inspiración en otros?

Será eso lo que me hizo creer menos en mí misma?

Necesito más revistas, sí, eso necesito.

Qué tan incómodos estamos con nosotros mismos cuando no hay nada que mirar?

Tuvimos infancia analógica: sabíamos qué hacer con un palo, una hoja y un poco de tiempo libre.

No será que el futuro necesita un poco de ese pasado?