Hice un detox digital y no fue como esperaba - Parte 3

Empiezo a notar cambios. El tiempo rinde distinto y tengo más foco en cada cosa que hago.

Mi humor volvió a ser el de antes: alegre, con pilas, encendido. Hasta el dolor de espalda se redujo. Voy al gimnasio sin chistar, sin inventar excusas de “no pasa nada si no voy”.

Esto que te voy a contar es inédito: miro series y películas sin agarrar el celular.

Llené la casa de pequeños hobbies. Una revista de sudoku siempre junto a un lápiz, un cubo Rubik que da vueltas por el living, revistas en el baño y cerca del sillón, libritos para colorear, fibras, lanas y agujas de crochet.

Me aburro, y me doy cuenta de que es un lujo poder aburrirse. Debería ponerlo en práctica más seguido, porque lo que le sigue al aburrimiento es la creatividad, y eso sí que va conmigo y me hace bien.

Un día quise armar uno de esos cositos de papel que hacíamos de chicos, con números y colores para elegir el destino. No me salió. Pero pasé un rato entero intentándolo.

Jugar, descubrí, es la clave. Crear, pintar, cortar y pegar.

Pongo límites. Intento usar WhatsApp desde la compu y, a la hora de la cena, ya no se mira más hasta el otro día.

Mi cuenta bancaria lo agradece: sin publicidad empujándome cosas que no necesito, no compro, no gasto.

Hasta el café cambió. Disfruto de moler los granos, escuchar la ebullición del agua, oler el aroma cuando está recién hecho. Creo que hasta sabe mejor.

Pero me encontré con calma. Con espacio. Con una memoria propia que todavía funciona.

Vuelvo a cosas simples: una revista en la mesa, un sudoku en el desayuno, un paseo sin foto, un recuerdo sin backup en la nube.

Me descubro escuchando pájaros (algunos que se meten en el balcón a ensuciar los sillones).

Escucho conversaciones ajenas sin auriculares: algunas aburridas, otras divertidas, todas reales.

Viajo en tren y solo uso el celular para pagar el ticket. Voy sentada, leyendo mi libro y mirando a los demás, todos hundidos en sus pantallas. Me reconozco en cada uno de ellos.

También empiezo a dormir mejor. No todas las noches, pero muchas. La primera cara que veo al despertar ya no es la del celular, sino la mía en el espejo.

El insomnio dejó de ser tan terrible: al menos lo comparto conmigo misma. Mis sueños son tranquilos, hasta divertidos. Querés un ejemplo? Conocí a Taylor Swift y fui con ella a tomar algo a Palermo.

Aclaro: no escribo para convencerte de que hagas un detox. Si no lo hacés, no pasa nada. En mi caso, está pasando mucho. No quiero demonizar, solo poner límites para tener hábitos saludables.

Porque el celular te vende la idea de que estás en control. Lo tenés cerca “por si pasa algo”.

Y me pregunto: qué somos? Superhéroes de guardia las 24 hs?

Mis pensamientos fluyen, me acompañan, me despiertan. No siempre son simpáticos, pero al menos son míos.

Cuántas cosas pierdo mientras miro la pantalla?

Y cuántas aparecen cuando suelto el aire y levanto la vista?

Y si desconectarnos no es perder algo, sino ganar otra forma de conexión?