Hice un detox digital y no fue como esperaba - Parte 4 (y última!)

Te cuento el final de esta historia, pero primero ponete al día con la

Al principio pensé que el detox era un castigo, una penitencia.

Sentía que me iba a perder de todo, que me quedaría afuera, como alejada del curso del mundo.

Creía que iba a fracasar en el intento. Que el aburrimiento me iba a ganar. Que el celular iba a tener más fuerza de voluntad que yo.

Descubrí que podía dormir sin pantalla, y vaya que estoy durmiendo bien.

Que el silencio no mata. Que el aburrimiento no es veneno. Que no saberlo todo está buenísimo. Y que hacer, simplemente hacer, es mucho mejor que mirar ideas en Pinterest y soñar con hacer.

Descubrí que hay espacio para escuchar música, para leer, para pensar sin scroll de por medio.

Y lo más raro: descubrí que hay espacio para mí.

No esperaba estar tan conectada conmigo misma.

No esperaba reírme sola de mis pensamientos a las cuatro de la mañana.

No esperaba encontrar calma en un sudoku barato o en una revista que empiezo siempre desde la contratapa, porque así es como me gusta.

Si voy a dejar el celular por completo? No. Era un detox, no magia. Lo sigo usando, claro, y tampoco me convertí en gurú espiritual de la vida.

Pero aprendí a ponerlo en modo avión cuando necesito silencio.

A dejarlo lejos de la cama cuando quiero descansar.

A no pedirle que me resuelva la vida en cada duda o decisión.

Si estoy escribiendo esto es porque, finalmente, encontré espacio para la creatividad, para jugar, para imaginar y para volver a ser yo misma.

Durante años pedí la clave del WiFi en cada bar, oficina, consultorio o casa. Pero el oxígeno nunca me pidió contraseña.

Y ahí estaba yo, ahogada en un mundo digital, buscando aire en la pantalla… cuando todo lo que necesitaba era soltar el celular para respirar.

El verdadero detox que necesitaba era del celular, o del piloto automático?