Hice un detox digital y no fue como esperaba - Parte 1

Abro los ojos, desbloqueo, veo la hora y empieza el scrolleo.

A ver, qué me perdí mientras dormía? Algún meme que me cambie la vida? Un bailecito trending topic que me cure la ansiedad? No, nunca.

Piloto automático. Eso era mi vida. La pantalla, lo último que veía antes de dormir y lo primero que miraba al despertar. Así, durante años. Hasta que algo me hace click. No, no es el cuello. Ese hacía crack cuando todavía tenía flexibilidad.

Creía que el detox iba a ser solo incomodidad, un simple corte de hábito. Pero fue asfixia. Y recién entonces me di cuenta de cuánto aire me faltaba.

En la calle empiezo a observar: padres paseando a sus hijos, una mano en el cochecito, la otra aferrada al celular. Scrolleando, hablando, como si ese rato con su hijo fuese “tiempo libre” para aprovechar con la pantalla. Click.

En el tren miro alrededor y me veo reflejada en cada espalda encorvada, hombros en las orejas, dedos deformados, ojos hundidos en el rectángulo luminoso. Un ejército de zombis con plan de datos. Click.

Fin de semana en Oslo. Museo. Yo con el celular apretado en la mano, como si guardarlo en la cartera fuera un sacrilegio. Como si un mensaje urgente estuviera a punto de salvar la civilización. Lo guardo, a la fuerza. Click.

En el sillón, scroll eterno. Me cruzo con una serie de fotos: 

. El artista borró los celulares de cada imagen. Y de pronto, lo obvio me pega como cachetada: quedamos todos con gestos ridículos, abrazando el vacío. Esto no es conexión, esto es esclavitud. 

Necesitaba aire, y la pantalla no me dejaba respirar.
Quién soy? 


Cómo terminé encadenada a un cargador? 

Qué versión de tu vida se queda afuera mientras mirás la pantalla?
